lunes, 13 de julio de 2015

Las tres dimensiones de una vida completa (por Martin Luther King Jr.)

"Las tres dimensiones de una vida completa"
Un mensaje del Rev. Martin Luther King Jr., Premio Nobel de la Paz 


“Y la ciudad [la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén]
está situada y establecida en forma de cuadro, 

y su largura es tanta como su anchura…
su largura y su altura y su anchura son iguales.”

La revelación de la completitud

Saben, solían decir en Hollywood que para que una película estuviera completa, tenía que ser tridimensional. Pues bien, esta mañana quiero hacerles saber que si la vida misma ha de ser completa, la vida debe ser tridimensional.

Hace muchos, muchos siglos, había un hombre llamado Juan, que se encontraba en la cárcel en una isla solitaria y oscura llamada Patmos. Y he estado en la cárcel lo suficiente como para saber que es una experiencia solitaria (y cuando estás encarcelado en una situación como tal, te ves privado de casi toda la libertad, pero no de la libertad de pensar, ni de la libertad de orar, ni de la libertad de reflexionar y de meditar). 

Mientras Juan estaba en esa isla solitaria en la cárcel, quizá estaría pensando en el antiguo sistema político y en su trágica insuficiencia y horrible injusticia; quizá estaría pensando en la ciudad antigua de Jerusalén, en su piedad superficial y su ritualismo formal, pero en medio de esta dolorosa visión de cosas pasadas, levantó su vista al alto cielo y tuvo una esplendorosa visión en la cual vio que algo grande y nuevo descendía desde el cielo. Vio bajar un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva Jerusalén Santa que procedía de Dios. Ya el capítulo 21 del libro de Apocalipsis, abre diciendo: "Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Y yo, Juan, vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que descendía desde el cielo de Dios".  

Y una de las más grandes glorias de esta nueva Ciudad Celestial de Dios era que Juan vio su completitud y su perfección, radiante como el alba o el amanecer que pone fin a la larga noche de estancada imperfección. No estaba construida de forma parcial ni lineal, no estaba más larga de un lado y más corta del otro, sino que estaba completa y era perfecta en cada una de sus tres dimensiones. Y es así como en este mismo capítulo, cuando llegamos al versículo dieciséis, en el que se describe la ciudad, Juan dice que: “Su longitud, su amplitud y su altura eran iguales”. En otras palabras, esta nueva ciudad de Dios, esta nueva ciudad de la humanidad ideal, no será una entidad desequilibrada o desbalanceada con virtudes preciosas en un lado y con vicios degenerados en el otro; sino que estará completa e igual en todos sus lados, en todas sus dimensiones. 

El Apocalipsis, para muchos, es un libro extraño y difícil de descifrar. A menudo se deja a un lado como un enigma misterioso. Pero, bajo el peculiar lenguaje de Juan y su simbolismo apocalíptico prevalente, encontramos muchas verdades incitantes y profundas. Juan está diciendo algo aquí cuando se toma en cuenta todo el simbolismo de este texto y el simbolismo de este capítulo. En este texto, presentamos una de estas verdades. Cuando Juan describe la ciudad de Dios, describe en realidad la humanidad ideal. Dice, en sustancia, que la vida perfecta es completa en todas sus dimensiones. Está diciendo, en el fondo, que la vida, como debe ser y en su estado óptimo, es una vida completa en sus tres dimensiones.

Al contrario de esto, a menudo, en nuestras vidas individuales y colectivas existe una escasez y una parcialidad deprimente. Pocas veces podemos afirmar la grandeza en sentido absoluto. Detrás de cualquier afirmación de grandeza aparece la conjunción «pero». Por ejemplo, Namán «era un gran hombre», dice el Antiguo Testamento, «pero...» Y este «pero» revela algo trágico y preocupante: «pero era leproso». ¡Y cuántas vidas humanas pueden ser descritas con este mismo pero de una manera similar!

Grecia era una gran nación, que dejó a generaciones posteriores un tesoro incomparable de sabiduría. Dio al mundo la penetrante poesía de Esquilo, Sófocles y Eurípides, la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles. Gracias a estos espíritus notables, hemos heredado un legado de ideas creadoras. Grecia fue una gran nación, “pero...” Este «pero» subraya la trágica realidad de que Grecia era una aristocracia solo al favor de «algunas» personas y que en realidad no era una democracia para «todo» el pueblo. Este «pero» denuncia también el hecho negativo de que la economía de las ciudades griegas se basaba en la esclavitud.

La civilización occidental es una gran civilización, que ha ofrecido al mundo magníficos avances en el Renacimiento, los alegres compases y los dulces suspiros de Haendel, la suave majestuosidad de las composiciones de Beethoven y las impresionantes sinfonías de Bach; la revolución industrial y el inicio de la marcha humana hacia la ciudad de la abundancia material. El legado de la civilización occidental es grande en estos sentidos, “pero...” Este «pero» nos recuerda las injusticias y los males del colonialismo y del imperialismo de una civilización que ha permitido que sus medios materiales sobrepasen y superen en mucho a sus objetivos espirituales.

Estados Unidos es una gran nación que por medio de la Declaración de Independencia ha ofrecido al mundo la expresión más elocuente e inequívoca de la dignidad humana impresa en un documento socio-político. Desde el punto de vista técnico, la tecnología estadounidense ha producido puentes inmensos para cruzar los mares, y rascacielos para besar el firmamento. Gracias a los hermanos Wright, pudo ofrecer al mundo el avión, e hizo posible que el hombre eliminara la distancia y acortara el tiempo. Sus maravillosos descubrimientos en el campo de la medicina han curado enfermedades espantosas y han prolongado la vida humana. Estados Unidos es una gran nación, “pero...” Este «pero» es un comentario sobre poco más de doscientos años de vergonzosa esclavitud y de veinte millones de hombres y mujeres afroamericanos que a causa de la segregación han sido privados de sus derechos de vida, libertad, esperanza y felicidad. Este «pero» es consecuencia del materialismo práctico, que suele estar más interesado en las cosas y en los objetos que en el bien de todos y en los valores.

De forma que casi cualquier afirmación de grandeza va seguida, no por una frase que indique totalidad, sino por una coma que indica su parcialidad entorpecedora. Muchas de nuestras más grandes civilizaciones son grandes solamente en algunos aspectos. Muchos de nuestros más grandes hombres lo son sólo en algún aspecto, mientras que en otros se muestran débiles y ruines. Sin embargo, la vida debería ser fuerte y completa en todos sus aspectos.

Hay tres dimensiones de cualquier vida completa a las cuales podemos asignar de forma apropiada las palabras de este texto: la longitud, la amplitud y la altitud. Ahora bien, con la longitud de la vida aquí nos referimos a la atención interna que ponemos hacia el propio bienestar de uno mismo. Es el impulso interior para alcanzar los fines y los proyectos personales que tenemos. En otras palabras, hablaremos de la longitud de la vida como el interés y el cuidado interior que causa que uno siga moviéndose hacia adelante, para lograr metas propias y deseos personales. Con la amplitud de la vida, que también puede ser llamada la anchura de la vida o la latitud de la vida, nos referimos a una preocupación interior y a un interés exteriorizado por el bienestar de los demás, y con la altitud de la vida vamos a referirnos a la aspiración ascendente hacia el conocimiento divino, la búsqueda que es hacia arriba, hacia Dios.

Ahí lo tienen: toda vida completa, en su mejor estado, tiene las tres dimensiones postuladas en el texto del Apocalipsis: la longitud, la amplitud y la altitud. En un ángulo de la vida se sitúa la persona individual. En el otro ángulo están las demás personas, los semejantes o el prójimo. En el vértice superior se encuentra la Persona Infinita: Dios. Sin el desarrollo completo de cada una de estas dimensiones, ninguna vida puede llegar a considerarse plena.

I. La longitud de la vida

Por ahora, fijémonos por un momento en la longitud de la vida. Dije que esta es la dimensión de la vida en la cual nos interesamos por desarrollar nuestras facultades internas, dirigimos nuestra atención a nosotros mismos como individuos. Es la dimensión de la vida que cuida y está interesada en  uno mismo. En cierto modo es la dimensión egoísta de la vida. Pero hay una especie de interés propio que sí es racional y saludable.

Hace unos años, un famoso rabino judío, el fallecido Joshua Leibman, escribió un libro titulado Peace of Mind, y el libro tenía un capítulo titulado "Ámate a ti mismo de la manera correcta." Y lo que decía en este capítulo, en esencia, es que antes de poder amar a los demás de la forma correcta, tenías que amar a tu propio ser de la manera correcta. Y saben, una gran cantidad de personas caen en el fatalismo emocional porque no se aman a sí mismas como es debido, y andan por la vida con conflictos emocionales profundos e inquietantes. Así que la longitud de la vida significa que tú debes amarte a ti mismo o a ti misma de la manera correcta.

¿Y saben lo que también significa amarte a ti mismo? Significa que en cierta manera tienes que aceptarte a ti mismo. Mucha gente está ocupada tratando de ser alguien más, pero Dios nos dio algo significativo a cada uno de nosotros. Y deberíamos orar todos los días, pidiéndole a Dios que nos ayude a aceptarnos a nosotros mismos tal y como Él nos creó. La Escritura dice que todos los seres humanos, hombres y mujeres, fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27), y también expresa que los humanos estamos hechos de forma asombrosa y que Dios nos creó de manera maravillosa (Salmos 139:14). Eso significa todo. 

Muchos afroamericanos se avergüenzan de sí mismos; están avergonzados de ser negros. Muchos otros están avergonzados de ser morenos, de ser flacos, o de ser gordos, de ser demasiado altos o demasiado bajos. Pero cada uno tiene que levantarse y decir desde el fondo de su alma: "Yo soy alguien. Yo tengo un patrimonio valioso, noble e importante. Sin importar cuan afligida y dolorosa haya sido mi historia, soy quien soy, pero yo soy hermoso y valioso a los ojos de Dios". Esto es lo que tenemos que decir. Tenemos que aceptarnos a nosotros mismos. Y deberíamos orar: "Señor, ayúdame a aceptarme a mí mismo todos los días, ayúdeme a aceptar mis facultades."

Recuerdo que cuando estaba en la universidad, me especialicé en sociología y todas las materias de sociología requerían que tomara un curso llamado estadística. Y la estadística puede ser muy complicada, muy difícil para algunos como yo. Tienes que tener una mente matemática, un conocimiento real de geometría, y tienes que saber cómo encontrar la media, la moda y la mediana. Nunca lo olvidaré. Tomaba este curso y tenía un compañero de clase que sabía cómo manejar perfectamente esas cosas, ya saben. Y podía hacer su tarea en aproximadamente una hora. A menudo nosotros teníamos que pasar mucho tiempo en el laboratorio o el taller, pero él resolvía toda su tarea tan solo en aproximadamente una hora, y la labor se terminaba para él. Y yo estaba tratando de hacer lo que él estaba haciendo; yo estaba tratando de hacer la mía en una hora. Y cuanto más trataba de hacerla en una hora, más me iba peor en el curso. Y tuve que llegar a una conclusión muy dura. Tuve que sentarme y decir: "Mira, Martin Luther King, Leif Cane tiene una mente más hábil que tú." A veces solo tienes que reconocerlo. Y me tuve que decir a mí mismo: "Bien, él puede ser capaz de hacerlo en una hora, pero a mí me toma dos o tres horas poder hacer lo mismo." Antes yo no estaba dispuesto a aceptarme a mí mismo; no estaba dispuesto a aceptar mis facultades y mis limitaciones.

Pero, ¿saben qué?, en la vida estamos llamados a hacer esto. Tratar de que un automóvil de la marca Ford se convierta en un Cadillac es absurdo, pero si un Ford está dispuesto a aceptarse a sí mismo como un Ford, puede hacer muchas cosas que un Cadillac nunca podría hacer: puede ponerse en lugares de estacionamiento que un Cadillac nunca podría conseguir. Y en la vida algunos de nosotros somos Ford y algunos somos Cadillacs. Moisés dice “en pastos verdes" y luego piensa: "Señor, esto no es mucho para muchos, pero es lo que tengo." El principio de auto-aceptación es un principio básico en la vida.

Ahora bien, la otra cosa sobre la longitud de la vida es que después de aceptarnos a nosotros mismos y a nuestras facultades, debemos descubrir lo que estamos llamados a hacer. Cualquier persona debe tener cuidado por sí misma y sentir la responsabilidad de descubrir su misión en la vida. Dios nos ha dado a todas las personas comunes la capacidad de llegar a una meta. Es cierto que algunos tienen más talento que otros, o que algunos son más hábiles en tal o cual cosa, pero Dios no ha dejado a nadie sin talento. En nuestro interior existen facultades creativas con potencial, y tenemos el deber de trabajar asiduamente para descubrir estos poderes.

Una vez que una persona ha descubierto para qué ha nacido, tendría que aplicar todo el poder que dispone a la realización de ello. Debería intentar hacerlo mejor que nadie. Tendría que hacerlo como si Dios Todopoderoso le convocara directamente, y como si, por esta razón, lo llamara en ese momento particular de la historia. Nadie hace una gran aportación a la humanidad sin este amplio sentido de finalidad y esta terca determinación saludable. Nadie aporta nunca una gran contribución a la humanidad sin este poderoso impulso interno. Henry Longfellow escribió:
"Las alturas conquistadas por los grandes hombres
no fueron alcanzadas de golpe,
sino que, mientras sus compañeros dormían,
ellos trepaban penosamente en la noche."

Permítanme que dedique unas palabras a nuestra gente joven. La longitud se apoya en la provocación. Muchos de ustedes estudian en la Facultad universitaria. No es necesario que insista sobre la importancia de estos años de estudio. Deben darse cuenta de que se les abren muchas puertas que no se les abrieron a sus padres. La gran responsabilidad que ustedes tienen consiste en estar preparados para entrar por estas puertas. Tienen que descubrir pronto para qué oficio o trabajo particular están hechos y trabajar infatigablemente para llevar a cabo con éxito sus diversas actividades.

Dicen que Ralph Waldo Emerson declaró: «Si un hombre puede escribir un libro, predicar un sermón o fabricarse una ratonera mejor que su vecino, el mundo abrirá un camino hasta su puerta aunque viva en el rincón más escondido del bosque». Esto irá siendo cada vez más evidente. No deben esperar el día de la emancipación total sin contribuir antes positivamente a la liberación de la vida en su nación. Aunque se sientan víctimas de un incomprensible dilema, consecuencia del legado de esclavitud, segregación, opresión, corrupción política, escuelas descuidadas o ciudadanía de segundo orden, ustedes deben abrirse paso resueltamente a pesar de las circunstancias.

Tenemos ya ejemplos edificantes de afroamericanos que en lóbregas noches de opresión se han convertido en estrellas nuevas y brillantes de mérito. Desde una humilde cabaña de esclavos en las montañas de Virginia, el educador Booker T. Washington llegó a ser uno de los más importantes dirigentes estadounidenses. Desde las obsesivas tierras rojas de Gordon Country, en Georgia, y de la mano de su madre que no sabía leer ni escribir, Roland Hayes se reveló como uno de los cantantes más destacados, y su voz melodiosa se escuchó en los palacios de los reyes y en las mansiones de las reinas. Procedente de un ambiente miserable de Filadelfia, Marian Anderson llegó a ser la mejor contralto del mundo; Toscanini dijo que una voz como la suya solo aparecía una vez cada cien años, y Sibelius exclamó que su techo era demasiado bajo para aquella voz. Partiendo de circunstancias difíciles, George Washington Carver alcanzó fama eterna en el mundo de la ciencia. Ralph J. Bunche, nieto de un predicador esclavo, ha aportado gran prestigio a la diplomacia. Son sólo algunos de los numerosos ejemplos que nos recuerdan que, a pesar de la falta de libertad, podemos aportar nuestra contribución, aquí y en este momento. Por todas partes nos incitan a trabajar infatigablemente para triunfar en nuestra profesión.

Y una vez que lo descubrimos, debemos estar dispuestos a hacerlo con toda la fuerza y con toda la energía que tengamos en nuestros sistemas. Después de que hemos descubierto lo que Dios nos ha llamado a hacer, después de que hemos descubierto la obra que estamos llamados a hacer en nuestra vida, debemos emprender ese trabajo tan bien, que los vivos, los muertos, y los que no han nacido no puedan hacerlo mejor. 

Ahora, esto no significa que todo el mundo hará lo que la gente dice que son las grandes cosas o las obras más reconocidas en el mundo. No todos los hombres están llamados a realizar trabajos especializados o profesionales y pocas personas se elevarán hasta las cimas del genio en las artes o las ciencias; muy pocos, considerando las cifras colectivamente, se dedicarán a determinadas profesiones. La mayoría de nosotros tendrá que contentarse trabajando en los campos, en las fábricas y en las calles. Pero hay que ver la gran dignidad de toda esta labor. Ningún trabajo es insignificante porque cualquier esfuerzo que ayude a la humanidad tiene dignidad e importancia. Y cuando es así, habría que emprenderlo con un gran afán de perfección.

Cuando estaba en Montgomery, Alabama, iba a una tienda de zapatos con bastante frecuencia; la tienda era conocida como la Zapatería Gordon. Y había un hombre allí que solía bolear mis zapatos, y para mí era toda una experiencia presenciar a este hombre brillante boleando mis zapatos. Él tomaba ese trapo, ya saben, y podía hacer que sonara música a partir de él. Y yo me decía a mí mismo: "Este hombre tiene un doctorado en la boleada de zapatos."

Te los digo a ti en esta mañana, amigo mío: incluso si te llegara a tocar ser un barrendero: anda, ve, y barre las calles como Miguel Ángel pintaba sus cuadros; barre las calles como Handel y Beethoven componían sus partituras de música; barre las calles como Shakespeare escribía poesía; barre las calles tan bien que todo el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra que pasen, tengan que detenerse y decir: "Aquí vivió un perfecto barrendero que barría haciendo bien su trabajo." Es lo que Douglas Mallock quería decir al escribir:

"Si no puedes ser un pino en la cima de una colina   
Sé un matorral en el valle, pero sé 
el mejor matorral pequeño en la ladera de la colina,
junto al torrente
Sé un arbusto si no puedes ser un árbol.    
Si no puedes ser una autopista, se sólo un atajo     
Si no puedes ser el sol, se una estrella;
No es por el tamaño que se gana o que se falla
Sé de lo mejor de cualquier cosa que seas."

Y cuando haces esto, cuando ustedes hacen esto, se ha dominado la longitud de la vida. Lánzate esforzadamente a descubrir para qué has nacido, y entonces aplícate con pasión a realizarlo. Esta acción encaminada a la plena realización de uno mismo es la longitud de la vida humana.

II. La amplitud de la vida

Este impulso que te mueve hacia adelante a la autorrealización es un fin en la vida de una persona. Sin embargo, no te detengas allí. ¿Sabes algo?, muchísima gente no llega a más en la vida que a la longitud. Muchos no llegan a superar nunca esta primera dimensión.

Sí desarrollan sus facultades internas; sí hacen bien su trabajo, pero, ¿saben qué?, tratan de vivir como si nadie más viviera en el mundo más que ellos mismos. Y utilizan a todo el mundo como meras herramientas para llegar a donde quieren ir. No aman a nadie más que a sí mismos y a lo que es suyo. La única clase de amor que ellos realmente tienen para con otras personas es el amor utilitario. Ya saben: les encanta utilizar a la gente que pueden utilizar.

Mucha gente nunca llega más allá de la primera dimensión de la vida. Usan a otras personas como meros escalones por los cuales creen que pueden subir a sus propias metas y ambiciones. Quizá sean personas brillantes en un sentido, pero desarrollan sus facultades internas de forma soberbia; están sujetas con cadenas a una limitación paralizadora. Viven encerrados en los límites estrechos de sus propias ambiciones y sus deseos personales. ¿Hay algo más trágico que encontrar a un individuo hundido en una longitud de vida que carece de amplitud?

Esas personas no entienden bien la vida. Pueden andar caminando por ella por un tiempo, pueden pensar que están haciendo todo bien, pero hay una ley. Le llaman la ley de la gravitación en el universo físico, y funciona, es definitiva, es inexorable: lo que sube puede bajar. Deberás recoger lo que has sembrado. Dios ha estructurado el universo de esta manera, y el que va por la vida sin preocuparse por los demás será una víctima subyugada de esta ley.

Así que continúo y digo que, si la vida ha de ser completa, es necesario que a la longitud se le añada la amplitud. Ahora bien, la amplitud de la vida es la preocupación externa por el bienestar de los demás, como ya lo he dicho. La vida debe incluir esta latitud o esta anchura por la cual el individuo se interesa de forma bondadosa por sus semejantes. Y ninguna persona ha comenzado a vivir hasta que pueda elevarse por encima de los confines estrechos de sus propios intereses individuales hacia los intereses más amplios de toda la humanidad. 

La longitud sin amplitud es como un río dependiente de sí mismo, que no tiene salida hacia el mar. Estancado y fijo, se hace maloliente, como un pantano al que le falta vida y que no tiene frescura. Para vivir creativa y significativamente, nuestro interés personal debe hermanarse con el bien de los demás.

Un día Jesús dijo una parábola. Ustedes recordarán esa parábola. Había un hombre que se le había acercado para hablar con Él sobre algunas cuestiones muy profundas. Y finalmente se le lanzó la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?"; y este hombre quería entrar en un debate con Jesús. Con otras personas, esta pregunta podría haber terminado muy fácilmente en el aire como un debate teológico o filosófico. Pero como ustedes recordarán, Jesús de inmediato sacó esa pregunta del aire y la puso en una curva peligrosa entre Jerusalén y Jericó. Habló acerca de un hombre que había caído en manos de ladrones. Dos hombres pasaron por allí y lo vieron, pero simplemente siguieron su camino. Y, finalmente, llegó otro hombre, un miembro de otro pueblo, que se detuvo y lo ayudó. Y esa parábola termina diciendo que este buen samaritano era un gran hombre; era un buen hombre porque estaba preocupado por alguien más que sí mismo.

Ahora bien, como sabrán, pueden haber muchas ideas acerca del por qué el sacerdote y el levita pasaron de largo y no se detuvieron para ayudar a aquél hombre. Hay una gran cantidad de ideas al respecto. Algunos dicen que iban a un servicio de la iglesia, y que se les estaba haciendo un poco tarde (ya saben), y no podían llegar tarde a la iglesia, por lo cual siguieron su camino, porque tenían que llegar a tiempo a la sinagoga. Luego están los que dicen que esos hombres estaban involucrados en el sacerdocio, y en consecuencia, había una ley sacerdotal que decía que si ibas a administrar el sacramento o lo que sea, no podías tocar un cuerpo humano veinticuatro horas antes de la adoración. Además de esto, también hay otra posibilidad. Es posible que estuvieran yendo a Jericó para organizar una "Asociación del Mejoramiento del Camino a Jericó." Esa es otra posibilidad. Y tal vez puede que hayan pasado de largo porque sentían que era mejor tratar con el problema desde la fuente que lo causaba en lugar de interesarse por una víctima individual. Esa es otra posibilidad.

Pero, ¿saben qué?, cuando pienso en esta parábola, pienso en otra posibilidad cuando uso mi imaginación. Es posible que estos hombres pasaran de largo porque tenían miedo. Porque, saben, el camino de Jericó es un camino peligroso. Yo mismo he estado en él y lo sé. Y nunca lo olvidaré. La señora King y yo estuvimos en la Tierra Santa hace algún tiempo. Alquilamos un automóvil y nos dirigimos de Jerusalén a Jericó, en una distancia de unas dieciséis millas. Y cuando llegas al camino a Jericó (se los aseguro), te encuentras con un camino sinuoso, muy curveado y serpenteante, muy propicio para el robo. Y cuando estábamos allí le dije a mi esposa: "Ahora comprendo por qué Jesús usó este camino como ocasión para su parábola." Aquí estás cuando comienza tu camino a Jerusalén: estás a dos mil doscientos pies sobre el nivel del mar, y al llegar a Jericó, dieciséis millas más adelante, estás a dieciséis millas de Jerusalén, estás a mil doscientos pies por debajo del nivel del mar. Durante los días de Jesús ese camino llegó al punto de ser conocido como el "Camino Sangriento". Así que cuando piensas en el sacerdote y en el levita, creo que lo que le pasaba a aquellos hermanos es que tenían miedo.

Eran justo como yo. El otro día, yo me dirigía a la casa de mi padre en Atlanta. Él vive a tres o cuatro millas de mí casa, y para ir a la suya, tienes que ir bajando el Camino Simpson. Y después, cuando regresé más tarde esa noche (y, hermano, puedo asegurarle que Simpson Road es un camino sinuoso), había un hombre que estaba de pie por ahí tratando de hacer señas para que me detuviera. Y yo sentí como que necesitaba un poco de ayuda; yo sabía que necesitaba ayuda. Pero, no lo sé. Voy a ser honesto con ustedes, yo me seguí adelante. Yo no estaba muy dispuesto a tomar el riesgo.

Les aseguro en esta mañana que la primera pregunta que el sacerdote se preguntó fue la primera pregunta que yo me hice en ese Camino a Jericó en Atlanta conocido como el Camino Simpson. La primera pregunta que el levita se hizo fue: “Si me detengo a ayudar a ese hombre, ¿qué me va a pasar a mí?", pero el Buen samaritano vino y él invirtió la pregunta: el no preguntó “¿Qué será de mí si me detengo a ayudar a ese hombre?", sino "¿Qué será de ese hombre si no me detengo a ayudarlo?". Esa es la razón por que la cual aquél hombre samaritano era bueno y grandioso. Él era maravilloso porque estaba dispuesto a asumir un riesgo para ayudar a la humanidad; estaba dispuesto a preguntar: "¿Qué va a pasar con ese hombre?", no "¿Qué va pasar conmigo?”.

Esto es lo que Dios quiere el día de hoy: Hombres y mujeres que se pregunten: "¿Qué pasará con la humanidad si yo no ayudo?”; “¿Qué pasará con el movimiento por los derechos civiles si yo no participo?; “¿Qué pasará con mi ciudad si yo no voto?”; “¿Qué pasará con los enfermos si yo no los visito?". Esto es lo que Dios juzga de la gente en el análisis final: Jesús, al describir la imagen simbólica del Gran Juicio, dejó bien sentado que la norma para determinar la división entre las ovejas y los cabritos serían las cosas que se hubieran hecho en pro de los demás. 

Oh sí, habrá un día, y la pregunta no será: "¿Cuántos premios obtuviste en la vida?" No; no en ese día. No será, "¿Qué tan popular te volviste en tu entorno social?". Esa no será la pregunta en aquél día. No se te va a preguntar cuántos títulos fuiste o no capaz de conseguir. La pregunta ese día no tendrá nada que ver con si tú tienes un doctorado o con si te falta una maestría. No tendrá que ver con el hecho de si fuiste a la universidad o si solo llegaste a la primaria. La pregunta en aquél día no será, "¿Qué tan bonita luce tu casa?". La pregunta aquél día no será, "¿Cuánto dinero acumulaste?” o “¿Cuántos bonos o tarjetas tienes?". La pregunta en aquél día no será: "¿Qué tipo de automóvil tuviste?". En ese día, la pregunta será: "¿Qué has hecho por los demás?".

Ah, pero ya oigo a alguien diciendo: "Pero Señor, hice muchas cosas en la vida. Hice bien mi trabajo; el mundo me honró por haber hecho mi trabajo. Hice muchas cosas, Señor; Fui a la escuela y estudié duro. Y acumulé mucho dinero, Señor, eso es lo que hice". Y parece como si pudiera oír al Señor de la vida respondiendo: "Pero yo tenía hambre, y no me diste de comer. Yo estaba enfermo, y no me visitaste. Yo estaba desnudo, y tú no me cubriste, no lo hiciste. Yo estuve en la cárcel, y no estuviste preocupado por mí. Así que lárgate de aquí y apártate de mí. ¿Qué has hecho por los demás?". Esa es la amplitud de la vida.

¿Diste de comer al hambriento? ¿Diste de beber al sediento? ¿Vestiste al descubierto? ¿Visitaste al enfermo y consolaste a los presos? Éstas son las preguntas que hace el Señor de la vida.  En cierto modo, el juicio tiene lugar cada día, y, nosotros, por nuestras obras y palabras, por nuestro silencio y nuestro discurso, escribimos continuamente algo en el Libro de nuestra Vida. La luz vino al mundo y todos los hombres deben decidir si caminarán en la luz del altruismo creador o en la oscuridad del egoísmo destructor. Éste es un juicio diario. La pregunta más urgente e insistente de la vida es: “¿Qué haces por los demás?”

En algún momento del camino, tenemos que aprender que no hay nada más grande que hacer algo por los demás. Y este es el camino por el que he decidido andar por el resto de mis días. Eso es lo que me interesa. Si llega a ocurrir que ustedes estén por aquí cuando yo esté en los últimos días y me toque el momento de atravesar el Jordán, quiero que digan que hice una petición: no quiero un largo funeral. De hecho, ni siquiera necesito que se tarden hablando de mí más de uno o dos minutos. Espero vivir tan bien el resto de mis días (no sé cuánto tiempo viviré, y no me importa eso ahora), pero espero poder vivir tan bien que el predicador pueda levantarse y decir: "Él era fiel." Eso es todo, eso es suficiente. Ese es el sermón que me gustaría oír: "Bien hecho mi buen siervo fiel. Has sido fiel, has estado preocupado por el bien de los demás." Ahí es donde quiero andar a partir de ahora durante el resto de mis días. Jesús dijo: "El que sea el mayor de vosotros, que sea vuestro siervo." Yo quiero ser un siervo. Quiero ser testigo para mi Señor al hacer algo por el bien de los demás.

Y ustedes, amigos míos, no se olviden, al hacer algo por los demás, que tienen lo que tienen, por los demás. No olviden eso. Estamos atados juntos en la vida y en el mundo. Y puede que algunos piensen que consiguieron todo lo que tienen por sí mismos. Pero, ¿saben qué?, antes de llegar aquí a la iglesia esta mañana, estaban siendo dependientes de más de la mitad de la gente que conocen. Te levantas por la mañana y vas al baño, y jalas una barra de jabón, que inicialmente te fue entregada por un francés. Luego tomas una esponja que te fue dada por un turco. Tomas una toalla, que te viene a la mano por medio de las manos de alguien de una isla en el Pacífico. Y luego vas a la cocina a prepararte de desayunar. Tomas un poco de café, que te es derramado en tu taza por un sudamericano. O tal vez decides que quieres un poco de té esta mañana, sólo para descubrir que el té te es vertido en tu taza por un chino. O tal vez quieres un poco de cacao, y ese se te echa en tu taza por parte de un Africano Occidental.  Luego quieres un poco de pan y vas a conseguirlo, y éste te es dado a ti por medio de las manos de un agricultor de habla Inglesa o mexicana, por no mencionar el panadero. Antes de llegar a comer el desayuno de la mañana, ya eres dependiente de más de la mitad del mundo. Es algo que Dios permitió; esa es la manera en que Dios estructuró mucho en este mundo.

Dios ha estructurado este universo de forma que las cosas no vayan bien del todo cuando los seres humanos no son diligentes en el cultivo de su amplitud. Incluso los psicólogos sociales nos dicen que no podemos ser personas del todo si no interactuamos con las demás personas. Toda la vida está interrelacionada y todos los hombres son interdependientes. Y lo trágico es que a pesar de todo continuamos recorriendo un camino de egoísmo desordenado. La mayoría de los problemas que nos plantea el mundo de hoy reflejan la incapacidad voluntaria del ser humano de añadir la amplitud a la longitud.

Esto se descubre claramente en la crisis racial planteada en muchos países. Muchas veces, la tensión en las relaciones raciales es consecuencia del hecho de que muchos de nuestros hermanos blancos están demasiado interesados en la longitud de la vida: su posición económica privilegiada, el poder político, la estima social, la llamada «forma de vida». Si se pusieran de acuerdo para añadir amplitud a la longitud —la dimensión que incluye a los demás, añadida a la dimensión que incluye a uno mismo— las discordias de nuestra nación se transformarían en una bella sinfonía de hermandad.

Esta necesidad de añadir la amplitud a la longitud aparece también en las relaciones internacionales. Ninguna nación puede vivir aislada. Mi mujer y yo tuvimos el privilegio de realizar una memorable visita a la India. A pesar de que pasamos momentos sublimes y valiosos, también hubo momentos depresivos en nuestro viaje. ¿Cómo no sentirnos así cuando vemos con nuestros propios ojos a millones de personas que se van a dormir hambrientos? ¿Cómo no sentirnos deprimidos al ver con nuestros propios ojos que millones de personas duermen en las zanjas? ¿Cómo no sentir opresión sabiendo que, de los 435.000.000 de habitantes de la India, 350.000.000 ganan menos de 70 dólares al año, y la mayoría de ellos no han visto en su vida a un solo médico o a un dentista? ¿Aquí en América debemos seguir despreocupados ante esta situación? La respuesta es un no rotundo. Nuestro destino como nación está vinculado al destino de la India. Mientras la India, o cualquier otra nación, esté insegura, nosotros no estaremos completamente seguros. Tenemos que utilizar nuestros amplios recursos para ayudar a los países subdesarrollados del mundo.

Hemos gastado demasiado dinero de nuestro presupuesto nacional estableciendo bases militares por todo el mundo y planeando viajes de exploración espacial, pero hemos puesto muy poco estableciendo bases de auténtico interés y comprensión mutua en la tierra. En última instancia, todos los hombres son interdependientes y, por tanto, están involucrados en un proceso singular único. Inevitablemente estamos llamados a ser guardianes de nuestros hermanos a causa de la interrelacionada estructura de la realidad global. Ninguna nación ni ningún individuo puede vivir completamente aislados. John Donne interpretó esta verdad en términos gráficos de absoluta claridad cuando afirmó: 
“Ningún hombre es una isla que se baste a sí misma; todo hombre es un pedazo de continente, una parte del todo; si el mar se lleva un trozo de tierra, todo eso pierde Europa, tanto si se trata de una prominencia como de la casa de uno de tus amigos o de tu propia casa; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque pertenezco a la humanidad, y por eso no es preciso que preguntes por quién tocan las campanas: tocan por ti.”
Este reconocimiento de unicidad de la humanidad y de la necesidad de un interés activo es la amplitud de la vida humana. Así que también preocupémonos por los demás porque somos dependientes de los demás. Cuidemos de los demás y ayudemos a cuantos podamos, añadiendo amplitud a la longitud de nuestras vidas.

III. La altitud de la vida

Pero tampoco se detengan ahí. Todavía nos queda una tercera dimensión de la vida completa: la altitud, la tendencia ascendente hacia algo distintivamente mayor que está en lo alto, por encima de la humanidad.

¿Saben algo?, muchísima gente domina la longitud de la vida, y muchos otros dominan la amplitud de la vida, pero allí se detienen. De la misma forma en que algunas personas nunca llegan a superar la longitud, hay otras que nunca llegan a superar la combinación de longitud y amplitud. Desarrollan brillantemente sus potencias internas y tienen un parecer genuinamente humanitario, pero se quedan cortos a pesar de todo, porque están tan ligados a la tierra, que deifican al ser humano o llegan a la absurda conclusión de que la humanidad es Dios, y por lo tanto, pretenden vivir sin cielo.            

Sin embargo, si la vida ha de ser completa, debemos ir todavía más allá de nuestros propios intereses y debemos ir todavía más allá de los intereses de la humanidad y buscar hacia arriba, alcanzar a conocer sobre el Dios del universo, cuyo propósito nunca cambia y siempre es firme.  Debemos prestar nuestro mayor juramento de fidelidad al Ser eterno que es la fuente fundamental de la vida, porque cuando alcanzamos la altura de la vida, hemos tenido una vida completa.

Ahora, muchísima gente ha descuidado esta tercera dimensión. Y ¿saben qué?, lo interesante es que mucha gente la descuida y ni siquiera sabe que la está descuidando. Es como si sólo se involucraran en muchas otras cosas y se entretuvieran en vanalidades. Y es ahí donde ocurre el ateísmo.

¿Saben qué?, hay dos clases de ateísmo. El ateísmo es la idea de que Dios no existe. Y un tipo de ateísmo es el ateísmo teórico: cuando alguien simplemente se sienta y al pensar superficialmente en ello, concluye erróneamente que no hay Dios. Muchos de estos escépticos y agnósticos modernos tienen dudas sinceras en su mente. Viendo los horrores del mal moral y natural, cuestionan la existencia de Dios porque dicen no poder entender que Dios permita la existencia del dolor y el mal. No se dan cuenta que estas cosas son el precio de la libertad de decisión que Dios le dio al ser humano, y son incapaces de revertir la pregunta y reconocer que Dios también les ofrece descanso, consolación, liberación, alegría y bondad.

Sin embargo, sospecho que la mayoría de la gente que vive sin Dios pertenece a otra categoría de ateísmo. No son ateos teóricos sino ateos prácticos. Y el ateísmo práctico es en el que la gente simplemente vive como si Dios no existiera. Todos los ateos teóricos son también ateos prácticos, pero no todos los ateos prácticos son ateos teóricos. Como ustedes sabrán, muchas, muchas, personas no niegan la existencia de Dios con los labios, pero la niegan con sus vidas. Con su boca afirman que Dios existe, pero con sus actos demuestran que no lo creen de corazón. Viven sin la presencia de Dios en sus vidas. Viven como si lo que diga Dios no importara.

Estos ateos prácticos borran a Dios de la agenda de sus vidas, y puede que lo hagan un tanto de manera inconsciente. Muchos nunca dirán: «Me voy de ti Dios, ahora mismo te abandono». Pero se hunden en las cosas de este mundo, son arrastrados inconscientemente por el oleaje creciente del materialismo y se quedan chapoteando en las confusas aguas del laicismo.

Seguramente también han visto a esas personas que tienen una presión alta de credos, presión alta de religiosidad, una presión alta de palabras, pero una anemia de obras, una anorexia de actos bondadosos, una bulimia de amor. Me refiero a la gente que niega la existencia de Dios con su manera de vivir y que sólo se involucra en otras cosas que disfrazan el estado real de su corazón. Se entretienen tanto en conseguir, por ejemplo, mucho dinero. Se involucran de lleno en conseguir una hermosa casa, que todos deberíamos tener. Se entretienen tanto tratando de obtener coche hermoso, que simplemente se olvidan de Dios, de manera inconsciente. Hay quienes se involucran tanto en el estudio de las luces artificiales de la ciudad que inconscientemente se olvidan de levantarse y mirar esa gran Luz cósmica y pensar en ella, pensar cómo cada mañana se levanta el sol en el horizonte desde el este y se mueve a través del cielo en una especie de sinfonía de movimiento que va pintando en su color azul diferentes tonalidades de tecnicolor, una luz que el ser humano nunca podrá igualar. Muchos se la pasan el tiempo estudiando los edificios gigantescos de la gran ciudad, que inconscientemente se olvidan de pensar en las gigantescas montañas que besan el cielo como si fuera a bañar sus picos en el claro azul, algo que el ser humano nunca podría llegar a hacer. Y muchos están tan entretenidos pensando en el radio y en su televisión, que inconscientemente se olvidan de pensar en las estrellas que decoran los cielos como faroles que se balancean por la eternidad, esas estrellas que parecen ser pasadores brillantes, plateados que se pegan como alfileres en el magnífico azul y negro de la noche. Muchos se pasan tanto tiempo pensando en el progreso del hombre, que se olvidan de pensar en la necesidad del poder de Dios en la historia. Muchos terminan caminando por días y días sin saber que necesitan de la presencia de Dios en sus vidas y que deben arrepentirse, buscarlo y vivir con Él.

Mucha gente moderna, viviendo en lo que ha sido llamado por el profesor Sorokin como «una cultura sensitiva», sólo cree en las cosas que pueden ser conocidas por medio de los cinco sentidos. Pero este esfuerzo por subsistir en un universo centrado en el hombre conduce solamente a frustraciones más hondas. Como Reinhold Niebuhr lo dijo: «Desde 1914 se suceden los acontecimientos trágicos, como si la historia estuviera destinada a refutar las vanas ilusiones del hombre moderno». Surcamos los mares de la historia moderna como navíos sin brújula. No tenemos guía, ni sentido de la dirección. Dudamos de nuestras propias dudas y nos preguntamos perplejos si, en realidad, y después pesar de todo, no hay de verdad alguna fuerza espiritual que sostenga disimuladamente la realidad.

A pesar de nuestras negaciones teóricas, tenemos experiencias espirituales que no pueden ser explicadas en términos materialistas. A pesar del culto de la gente al orden natural, sentimos una y otra vez la llamada de algo que nos maravilla de que el orden magnífico del universo sea el resultado de una acción combinada de protones y electrones. A pesar de nuestra desordenada reverencia por las cosas materiales, algo nos recuerda constantemente la realidad de lo invisible. Por la noche, contemplaremos las estrellas que iluminan el cielo como linternas oscilantes de eternidad. Quizás en algún momento creamos que lo vemos todo, pero de pronto, algo nos recuerda que somos limitados, que no somos omniscientes y que no vemos la ley de la gravitación que las mantiene allí arriba. Fascinados, contemplamos la belleza arquitectónica de algún templo dedicado a Dios, pero pronto algo nos recuerda que nuestros ojos no pueden ver aquella catedral en su realidad total. No hemos podido ver dentro del espíritu del arquitecto que trazó los planos. Jamás podremos ver con los ojos el amor o la fe del corazón de los individuos cuyos sacrificios hicieron posible la construcción del edificio.

Mirándonos unos a otros, pronto llegamos a la conclusión de que nuestra percepción del cuerpo físico es una visión de todo lo que somos. Ahora que están mirando hacia el púlpito y observan cómo les predico este sermón, pueden concluir inmediatamente que ven a Martin Luther King. Pero entonces se dan cuenta de que sólo ven mi cuerpo, que por sí mismo no puede razonar ni pensar. No pueden ver nunca el «yo» que hace que sea yo, como yo no puedo ver el «ustedes» que hace que sean ustedes. Este algo invisible, que llamamos personalidad, está más allá de nuestra visión física. Platón tenía razón al decir que lo visible es una sombra lanzada por lo invisible.

Dios aún se encuentra en Su universo. Los avances tecnológicos y científicos no pueden borrarlo de la microscópica esfera del átomo ni de las dimensiones insondables del espacio interestelar. Viviendo en un universo en el cual las distancias de algunos cuerpos celestes deben ser dadas en términos de algunos millones de años-luz, el hombre moderno exclama con el Salmista antiguo: «Cuando contemplo los cielos, obra de tus manos; la luna y las estrellas, que tú has establecido... ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que de él te cuides?»

Y yo les digo en esta mañana que esta es la fe personal que me ha mantenido en marcha, la fe que me ha hecho seguir adelante. No estoy preocupado por el futuro. ¿Saben qué?, ni si quiera en esta cuestión de problemas sociales, no tengo miedo. Yo estaba allá en Alabama el otro día, y me puse a pensar en el estado de Alabama, donde hemos trabajado tan duro pero podríamos seguir teniendo gobernantes racistas y opresores. En mi estado natal, Georgia, tenemos ahora a otro gobernador enfermo del espíritu. Y todas estas cosas podrían confundir a muchos, pero a mí no me preocupan. Porque el Dios que yo adoro es un Dios que tiene una manera de decirle incluso a los reyes e incluso a los gobernadores, "Estad quietos, y sabed que yo soy Dios" [Salmos 46:10]. Y Dios no ha entregado este universo a esos gobernantes. En alguna parte de la Biblia leí que: "Del SEÑOR es la tierra y su plenitud” [1 Corintios 10:26] y continúo en lo que hago porque tengo fe en Él. Y puedo estar en donde sea, aunque no quiera estar allí, pero mi fe en Él siempre me sostiene y siempre me sostendrá. Yo no sé lo que depara el futuro, pero sí sé quién depara el futuro. Y si Él nos guía y sostiene nuestra mano, vamos a seguir hacia adelante.

Recuerdo allá en Montgomery, Alabama, una experiencia que me gustaría compartir con ustedes. Cuando estábamos en medio del boicot a los autobuses, teníamos con nosotros a una ancianita maravillosa que de cariño llamábamos la Hermana Pollard. Era una señora extraordinaria de unos setenta y dos años, y, a su edad, todavía estaba trabajando. Durante el boicot de autobuses ella iba a caminar todos los días al trabajo y de regreso. Así que un día, una persona se detuvo y le dijo, "¿No quiere que le dé un ride?", pero ella le contestó: "No." Y el conductor se siguió. Pero luego, el conductor se detuvo y se quedó pensando; y retrocedió un poco para decirle: "¡Oiga!, ¿no está cansada?", y ella respondió: "Sí, mi pies están cansados, pero mi alma está descansada."

Era una dama extraordinaria. Y recuerdo una ocasión en que yo había pasado por una semana muy difícil. Me habían llegado amenazas telefónicas todo el día y toda la noche anterior, y yo estaba empezando a flaquear y a debilitarme por dentro y a perder valor. Pero nunca olvidaré que fui a la asamblea aquella noche de lunes de una manera muy desanimada y un poco temeroso, preguntándome si en realidad ganaríamos la batalla. Y me levanté para hablar aquella noche, pero no lo hice con determinación, ni con fuerza ni con poder.

Así que después de la reunión, la Hermana Pollard se acercó a mí y me dijo, “Hijo, ¿qué te pasa?"; y me dijo: "No hablaste fuerte esta noche". Yo le respondí, diciendo: "No pasa nada, Hermana Pollard, estoy bien." Pero ella me dijo: "No puedes engañarme, algo te pasa." Y luego me dijo: "¿Será que los chicos blancos te están haciendo algo que no te gusta?"  Yo le dije "Todo estará bien hermana." Y entonces ella me dijo finalmente: "Acércate, y déjame decirte algo más, y quiero que esta vez lo escuches..." Me dijo entonce: "Ya te he dicho que estamos contigo durante todo el camino, pero incluso cuando no estemos contigo, el Señor está contigo."

Y yo he visto muchas cosas desde ese día. He tenido muchas experiencias desde aquella noche en Montgomery, Alabama. Desde entonces, la Hermana Pollard murió. Desde entonces, he estado en más de dieciocho cárceles. Desde entonces, he estado cerca de la muerte de manera peligrosa en las manos de una mujer demente. Desde entonces, he visto mi casa explotar con bombas tres veces. Desde entonces, he tenido que vivir cada día bajo la amenaza de muerte. Desde entonces, he tenido muchas noches frustrantes y desconcertantes. Pero una y otra vez, todavía escucho las palabras de la Hermana Pollard: "Dios cuidará de ti."

Y yo estoy aquí, en este día para decirles que necesitamos a Dios. El ser humano puede saber mucho actualmente, pero su conocimiento no elimina a Dios. Y yo les aseguro en esta mañana que Dios está para quedarse. Algunos escépticos y teólogos se han atrevido a decir, blasfemando, que Dios está muerto. Pero yo les he estado preguntando al respecto,  porque me molesta que digan que Dios está muerto, porque no tuve la oportunidad de asistir a Su funeral. Pero ¿saben qué?, ninguno de ellos ha sido capaz de decirme todavía la fecha de Su muerte. Nadie ha sido capaz de decirme qué médico forense lo declaró muerto. Nadie ha sido capaz de decirme dónde está enterrado.

¿Saben qué?, cuando pienso en Dios, conozco su nombre. En algún lugar allá en el Antiguo Testamento, Él le dijo a Moisés: "Quiero que vayas, y que les digas: ‘YO SOY’ te envió." Él dijo esto sólo para que quedara claro; les hizo saber "mi apellido es el mismo que mi nombre: 'YO SOY el que YO SOY.' Que quede claro. 'YO SOY'." Y Dios es el único ser en el Universo que puede decir "YO SOY” y poner un punto enseguida. Cada uno de nosotros, los que estamos aquí, tendríamos que decir: "Yo soy gracias a mis padres, yo soy debido a ciertas circunstancias; yo soy a causa de ciertas cuestiones hereditarias; yo soy gracias a Dios." Pero Dios es el único ser que puede decir solamente: "YO SOY" y dejarlo ahí: "YO SOY el que YO SOY." Él ES y Él está para quedarse. Que nadie les haga sentir que no necesitamos a Dios.

Quisiera animarles a que concedan prioridad a la búsqueda de Dios. Pidan que el espíritu de Él penetre en el ser de ustedes. Lo necesitarán para responder a las dificultades y provocaciones de la vida. Antes de que las naves de sus vidas atraquen en el último puerto, habrán largas, arrolladoras tempestades, vientos rugientes y arrasadores, y mares tempestuosos que helarán el corazón si no tienes una fe profunda y paciente en Dios, y serán impotentes para enfrentarse a los retrasos, los desengaños y la vicisitudes que inevitablemente se producen en el mundo.

Sin Dios, todos nuestros esfuerzos se vuelven ceniza, y nuestros amaneceres, noches oscuras. Sin Él, la vida es un drama absurdo en el que faltan las escenas decisivas. Pero, con Él, podemos levantarnos por encima de valles agitados hacia alturas sublimes de paz interior y encontrar radiantes estrellas de esperanza en las profundidades de las noches más deprimentes de la vida. Llegando a mi conclusión esta mañana, quiero decirles que debemos buscar a Dios. Fuimos hechos para Dios, y no tendremos descanso verdadero sino hasta que encontremos descanso en Él.  Como muy bien le dijo San Agustín a Dios: «Nos has creado para Ti, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Ti».

Un predicador muy experimentado fue a una Facultad a dar un sermón para graduados. Al terminar, paseó por el jardín hablando con unos asistentes al curso que se habían graduado. Habló con un joven brillante llamado Roberto. La primera pregunta que dirigió a Roberto fue: «¿Cuáles son tus planes para el futuro?» «De momento, entrar en la Facultad de Derecho», dijo Roberto. «¿Y después, Roberto?», inquirió el predicador. «Bien —respondió Roberto—; me propongo casarme y formar una familia, y después establecerme sólidamente en mi profesión de abogado». «¿Y qué más, Roberto?», insistió el predicador. Roberto replicó: «Debo declarar francamente que pienso ganar mucho dinero con el ejercicio de mi profesión legal para no tenerme que retirar demasiado tarde, y poder viajar por diversos países del mundo... Es una cosa que siempre he deseado hacer».  «¿Y qué más, Roberto?», añadió el predicador con una insistencia casi molesta. «Bien —acabó Roberto—; pues estos son todos mis planes». Observando a Roberto con una actitud que expresaba compasión y paternal interés, el predicador dijo: «Joven, tus planes son muy cortos. Todos, a lo más, pueden durar setenta o cien años. Debes hacer planes lo bastante dilatados para que comprendan a Dios y lo bastante amplios como para que abarquen la eternidad». 

Es un consejo muy sensato. Sospecho que todavía muchos de nosotros estamos metidos en planes grandes en cantidad, pero pequeños en calidad, planes que se mueven en el sentido horizontal del tiempo y no en el vértice de la eternidad. También querría instarles para que los planes que ustedes tengan fuesen tan amplios y extensos que las cadenas del tiempo no puedan inmovilizarlos. Den sus vidas —todo lo que tienen y todo lo que son— al Dios del universo, quien no altera nunca Sus designios.

¿Dónde se encuentra este Dios? ¿En un tubo de ensayo? No. ¿Dónde, sino en Jesucristo, Señor de nuestras vidas? Conociéndole a Él, conocemos a Dios. No solamente Cristo es igual a Dios, sino que Dios es como Cristo. Cristo es la Palabra hecha carne. Es el lenguaje de la eternidad traducido al lenguaje temporal. Si debemos saber cómo es Dios y entender sus designios respecto a la humanidad, debemos volvernos hacia Cristo. Abandonándonos totalmente a Cristo y a su hacer, participaremos en un maravilloso acto de fe que nos conducirá al verdadero conocimiento de Dios.

Así es como hoy puedo confrontar a cualquier hombre o mujer con mis pies puestos firmes en la tierra, y mi mente determinada, porque sé que cuando estás en lo correcto, Dios peleará tu batalla. "La noche todavía puede ser más oscura, la batalla todavía puede ser más dura. Pero defiende solamente lo que es correcto." Es como si escuchara una voz hablándome incluso en esta mañana, diciéndonos a todos, "Defiende lo que es correcto. Defiende lo que es justo. He aquí, que yo estaré contigo incluso hasta el fin del mundo."

Sí, he visto los destellos de los rayos; he oído el retumbar de los truenos; he sentido los ataques pecaminosos precipitándose contra mí, tratando de conquistar mi alma. Pero he escuchado la voz de Jesús diciéndome que continúe luchando. Él prometió nunca dejarme, nunca dejarme solo. Y voy a seguir creyendo en ello.

Busquen y encuentren el aliento de vida. Puede que ustedes no sean capaces de definir a Dios en términos filosóficos. Los hombres de todas las épocas han tratado de hablar de Él. Platón dijo que Él era el Buen Arquitecto. Aristóteles lo llamó el Movedor inamovible. Hegel lo llamó el Todo Absoluto. Luego hubo un hombre llamado Paul Tillich que lo llamó el "Ser en sí."

Nosotros no necesitamos conocer todos esos términos grandilocuentes. Tenemos que conocerlo a Él y descubrirlo a Él de otra manera. Porque un día ustedes tendrán que levantarse y decir: "Yo lo conozco porque es el Lirio de los Valles". Es la Estrella resplandeciente de la Mañana. Es la Rosa de Sharon. Él es un hacha de guerra en la época de Babilonia. Y luego, en algún lugar, simplemente deberán levantarse y decir: "Él es mi todo. Él es mi madre y mi padre. Él es mi hermana y mi hermano. Él es un amigo para el que no tiene amigos." Éste es el Dios del universo. Y si crees en Él y lo adoras, algo va a suceder en tu vida. Vas a sonreír cuando los demás a tu alrededor estén llorando. Este es el poder de Dios.

¿Y qué consecuencia extraemos de todo esto? Salgan esta mañana: Ámense a sí mismos si eso significa un interés adecuado, racional y saludable por sí mismos. Están llamados a hacerlo y esa es la longitud de la vida. Enseguida, procedan a lo siguiente: Amen a su prójimo como a sí mismos. Dios les ordena que lo hagan y esa es la amplitud de la vida. Pero ahora les hago saber que hay un primer mandamiento, aún mayor que todos, que nunca deben olvidar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas." (Me parece que el psicólogo solo diría que con toda tu personalidad). Amen a Diosesta es la altitud de la vida. Y cuando lo hagan, tendrán el aliento de la vida, el juicio, el entendimiento, la verdad. 

Sólo mediante un desarrollo esforzado de todas las dimensiones podrán vivir una vida completa. Cuando alcancen estas tres dimensiones juntas, podrán caminar y nunca cansarse. Podrán mirar hacia arriba y ver las estrellas de la mañana cantando juntas, y a los hijos de Dios gritando de alegría. Cuando tengan estas tres dimensiones trabajando juntas en sus vidas, el juicio correrá como aguas de ríos, y la justicia como torrente inagotable. Cuando tengan estas tres dimensiones juntas, el cordero yacerá junto al león. Cuando tengan estas tres juntas, levantarán su vista y "todo valle será elevado, y todo monte y collado será bajado; los caminos ásperos serán allanados, y los caminos torcidos serán enderezados; y la gloria del Señor será revelada y toda carne la verá conjuntamente." Cuando tengan estas tres dimensiones juntas, harán a los demás lo que ustedes mismos quieren que los demás les hagan a ustedes. Cuando tengan estas tres dimensiones juntas, reconocerán que de una misma sangre hizo Dios a todos los hombres que habitan en la faz de la tierra.

Gracias sean dadas a Dios porque Juan, hace ya muchos siglos, levantó los ojos al cielo y vio la nueva Jerusalén en toda su magnificencia. Que Dios quiera que nosotros también tengamos esta visión y nos encaminemos con pasión inalterable hacia aquella ciudad de vida completa, en la cual, la longitud, la amplitud y la altitud son iguales. Solamente llegando a esta Ciudad Celestial podremos realizar nuestra auténtica esencia. Sólo alcanzando esta totalidad podremos ser verdaderos hijos de Dios.




Bibliografía

Este texto está basado en el mensaje del Reverendo Martin Luther King Jr.: “The Three Dimensions of a Complete Life”. El sermón fue traducido en su mayor parte, pero en algunos fragmentos fue parafraseado y en otras, fue complementado con frases de ideas afines o partes tomadas de dos distintas versiones:

Una versión original del sermón en el idioma inglés puede leerse en la Enciclopedia de la Universidad Stanford del Instituto King. Se trata de un documento de la transcripción del sermón homónimo que Martin Luther King pronunció  el 9 de abril de 1967 en la Iglesia Bautista de la Avenida Dexter: http://kingencyclopedia.stanford.edu/encyclopedia/multimediaentry/doc_the_three_dimensions_of_a_complete_life/

Otra versión revisada por el mismo Martin Luther King Jr. fue condensada y puede ser leída en la traducción al español de su libro “La fuerza de amar” (The Strength To Love), disponible en PDF por medio de la página Acción Cultural Cristiana (Véase el Sermón 9; en las págs. 83-92). http://www.accionculturalcristiana.org/pdf/fue_ama.pdf


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